MUERTOS DE HAMBRE

“... nos pasamos la vida muriéndonos de hambre.”

— Macario.

Es que el hambre no se siente solo con la panza, Macario. — L. Skrpz.


Hambre. Ese dolor imposible de ignorar, imposible de ocultar, imposible de acallar o de suprimir porque viene desde adentro uno. Es la manera en la que nuestro yo más bestial, más orgánico, más básico, se comunica con nuestro yo consciente y domesticado, sometiéndolo para obligarnos a movernos para conseguir eso que necesitamos, eso que nos falta, eso sin lo cual no podemos vivir. El hambre es como una brasa que, al mismo tiempo de ser débil y fácilmente extinguible, tiene el potencial de crecer hasta convertirse en un fuego cuya furia nos va regresando a un estado básico que nos hace capaces de lo que nunca creímos, que difumina los límites de lo bueno y lo malo, que degrada la moral para ignorarla por completo. Una furia que nos inunda, que nos invade y que toma control de nuestro ser. Cuando el hambre crece y crece, llega a hacernos capaces de matar y de arrancarle la carne al muerto con nuestros propios dientes para consumirlo sin remordimiento, las consideraciones vendrán después, simplemente, cuando el hambre extrema se presenta, DEBES buscar cómo saciarla o resignarte a morir. Por eso el hambre es la voz de la muerte que comienza susurrándonos al oído su presencia constante y que poco a poco incrementa su volumen y su tono hasta gritarnos a todo pulmón que le pertenecemos. Así, el hambre que nos envuelve en la niebla de la muerte, nos obliga a movernos para disipar su espesor y poder observar a la vida a través de ella. Nos dota de la energía que nos mueve a buscar, a consumir más energía y nos mantiene presos en ese ciclo que solo termina con la muerte. Pero el hambre no solo se siente en la panza. Así como el hueco del estómago, hay huecos del espíritu, del alma y del ser, cuyo dolor puede engendrar una respuesta igual de rabiosa ante las ansias y la desesperación de no obtener aquello que nuestro yo primitivo necesita para ser, para vivir, para no morir. Cuando abrazas tu hambre y no la dejas morir, aprendes a observar, respetar y admirar a los otros hambrientos. Las personas que buscan a un familiar, quienes han sido violentadas o han sufrido el abandono o el yugo de los poderosos, sienten hambre de justicia. La marginación social, aunque se sobrelleve llenando la barriga con cualquier cosa, va calando día a día, horadando un vacío en el orgullo que se siente idéntico al hueco en la panza. Todos y cada uno de los deportistas, artistas, estudiantes y en general cualquier persona que dedica su energía a hacer lo que se supone que no le sea posible, que no claudica a pesar de que todo su entorno se lo impida; inspiran tremenda admiración. Yo tengo el enorme privilegio de no conocer más que el hambre de crear, de ser escuchado, de conectar, de que te volteen a ver y que te pelen, de sentir la propia existencia en la reverberación de los otros, de sacar de adentro de uno las ideas, sentimientos, acciones, imágenes, sonidos, pensamientos, sueños, anhelos, miedos, traumas, etc., que no se pueden simplemente hablar, que se tienen que compartir en obras que se queden y que se les entierren a otros en la mente, que se les adhieran y aferren a sus vidas como tentáculos ventosos de algún viscoso molusco conformado de puro significado que muevan y conmuevan a alguien más, alguien que esté fuera y lejos de uno en espacio y tiempo, cuando se siente el hambre de existir, de valer, de trascender y cuando eliges no sucumbir, ni dejar que esa parte de ti se muera de hambre aunque la sigas sintiendo todo el tiempo, esa hambre, ese susurro de la muerte se convierte en tu amiga, en tu motor, en una fuente de fuerza bitall que te ayuda a moverte, a vivir de verdad, a brillar en medio de una oscuridad infinita, te acostumbras y te sientes cómodo en la incomodidad de los desconocido, del cambio constante. Cuando abrazas la convicción de no morir de hambre, sino de convivir con ella y alguien desde su perspectiva de algún falso poder intenta ningunearte diciéndote “muerto de hambre”, te empodera la furia, la rabia, el enojo y encuentras que al recibir esa y cualquier otra burla, menosprecio o desdén, esa furia enardece consumiendo esas y cualquier otra forma de contrariedad o fracaso, como esos leños que entre más grandes sean, más alimentan el fuego, su luz y su ardor monstruoso que irónicamente también consume tu propio tiempo, consume tu vida y te encamina a morir de y por hambre. Efectivamente Macario, nos pasamos la vida muriéndonos de hambre.

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